martes, 11 de septiembre de 2007
Ave Fenix
T.S. tiene 85 años. Es una ganadera jubilada del valle del Baztan (Navarra). Fue con un grupo de su asociación a visitar la ciudad de Nueva York. No era la primera vez que viajaban al extranjero. De hecho, cada año partían hacia los destinos más exóticos. Pero aquello la deslumbró. Se alojaron en un hotel situado en lo alto de una torre que tenía su gemela al lado. Las vistas eran espectaculares, desde el restaurante situado en la terraza; la discoteca; servicio de habitaciones "especial". Todo desprendía lujo y poder.
Meses más tarde, delante del televisor, creyó reconocer aquel perfil emblemático humeando. Y después, el pánico, la destrucción total.
El fotógrafo Angel Ruiz de Azua, llegaba con su equipo en uno de los primeros aviones que dejaron aterrizar en el aeropuerto de Nueva York. Testigo directo de numerosos de atentados y muertes violentas en el País Vasco, en sus treinta años de profesión, lo que más le impactó fueron las miradas de la gente: pavor, miedo, incredulidad, lágrimas. El perímetro de seguridad era infranqueable. El polvo lo cubría todo. Como las cenizas de un volcán que se acabara de despertar. De noche, entre el humo, los focos definían el perfil de un esqueleto gigantesco coronado por una bandera de barras y estrellas.
La habían colocado los bomberos con una escalera especial. Algunos de ellos, habían interrumpido sus vacaciones para ayudar, corriendo la misma suerte que los pasajeros de los dos aviones o de los que se encontraban dentro del World Trade Center. La Gran Manzana, paralizada, ajena al progreso y la opulencia, se iluminaba con la llama de miles de velas para recordar a todos los que ya no estaban allí.
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